Opinión | Punto y coma

Hablo de Madrid

Avanzamos hacia el noreste y, en la capital, ha quedado el anonimato que me sedujo, cuando descubrí lo que significaba vivir en una gran ciudad. En la urbe es complicado ser la mejor en nada y, con ello, ser admirada. Ahora bien, es demasiado fácil pasar desapercibida y esquivar las críticas con las que algunos provincianos acribillan al prójimo.

Allá donde se cruzan los caminos, como decía Antonio Flores, existe un envidiable abanico de posibilidades de índole cultural, científica, deportiva o de ocio. Quien quiera vivir el arte en su esencia, debe acudir a Madrid; aquel que desee investigar, posiblemente al margen de la universidad, en algún momento viajará a Madrid; es muy probable que el deportista de élite que sueñe con inmortalizar en su piel los aros olímpicos realice largas estancias de entrenamientos en Madrid; y, en fin, cualquier persona que busque una felicidad alejada de injustos juicios, recalará en Chueca y no solo allí. En nuestros últimos trayectos en metro, he observado a jóvenes que realizaban ejercicios de yoga, abstraídos por el sonido que les regalaban sus auriculares. Mientras adolescentes y adultos leían, he recordado cuántos apuntes llegué a estudiar bajo tierra. Y es que, en la vida subterránea y en la de la superficie, casi nada de lo que se haga será juzgado en Madrid.

Es normal que el precio de la vivienda en Córdoba sea elevado, teniendo en cuenta que, desde nuestra tierra, un tren podría alcanzar tal fantástico lugar en menos de dos horas. Últimamente, sin embargo, cada día los viajeros que desean unir la ciudad de los califas con la capital viven una desesperante incertidumbre. Y casi todo gracias a un provinciano que llegó a Madrid para, en este caso, ser demasiado libre y sobradamente inepto.

*Lingüista

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